Mariana Eva Perez: "La figura de la `luchadora incansable´ es un mandato terrible"

Mariana nació en 1977 y a los quince meses fue secuestrada junto a su mamá, Patricia Roisinblit, que estaba embarazada.
Con un lenguaje impertinente y fresco que explora otras vías de diálogos frente a los discursos concluyentes y sacralizados en torno al dolor y la memoria, Mariana Eva Perez triplica la primera edición de su libro “Diario de una princesa montonera” -el texto autobiográfico en el que desgrana su generación como hija de desaparecidos durante la dictadura cívico militar- y agrega dos nuevas partes, la primera sobre su viaje-exilio en Berlín y la última concentrada en el regreso a Buenos Aires para ser parte de la querella en el juicio por el secuestro y desaparición de sus padres.

La princesa montonera está de nuevo. Pasaron varios años de la publicación de la primera edición en el 2012, cuando esa escritura que surgió de un blog con espontaneidad tendió una conversación singular con la memoria y la identidad más cerca de las contradicciones, la ironía y las tensiones, que de los esfuerzos por sostenerlas en cajitas de cristal. “Así somos los hijis, fans del pasado. Nos gustan los mercados de pulgas y venimos sosteniendo la industria del mosaico calcáreo desde fines de los noventa”.

Como ese cruce que roza el humor con una experiencia significativa, las páginas de este libro transitan vertiginosas al ritmo de una lengua ácida, tanto que la misma autora les advierte a sus lectores que no encontrarán “lágrimas o golpes bajos”.

Pero también hay tristeza porque el dolor como una daga está siempre allí, a veces inmovilizando, otras cuestionando, activando, transformando. Es que si la autora puede sonar burlona, disonar, explorar instancias que se prefieren ocultas -como las reparaciones económicas o la conflictiva relación con su hermano recuperado- es porque ella misma ha vivido y trabajado toda su vida en este campo: sus rupturas son caminos para entender mejor. Y su relato es conmovedor.

Las víctimas también pueden ser incómodas y Mariana Eva Perez revisa esa categoría hasta hacer del concepto un montón de pedacitos y volver a armarlo. “No es que quiera ser víctima de cualquier cosa a cualquier costo, pero son aspectos del plan, práctica o coso sistemático que no suelen pensarse, su impacto en las familias, en las distintas generaciones”, escribe la autora, o su alter ego la princesa montonera, en este libro reeditado por la editorial Planeta que plantea nuevas interpelaciones en el escenario del presente.

“Hay muchas lagunas, pero me parece que lo más grave que se atraviesa es la situación de los juicios de Lesa Humanidad que fueron bandera reclamo y durante tantos años y lo sostuvimos y no funcionan como deberían, no van lo rápido que debieran, las causas no se unifican, los perpetradores ya son todos grandes y les dan domiciliaria entonces hay como una suerte de amnistía biológica. Entonces sí, cambió y no cambió -caracteriza la autora-. Por un lado, tenemos de vuelta un gobierno de signo kirchnerista con el cual este libro entabla un diálogo crítico paródico interesante, mucho más interesante que si este libro se hubiera publicado en el macrismo donde yo hubiese tenido que estar enunciando cosas literariamente menos interesantes”.

Mariana nació en 1977 y a los quince meses fue secuestrada junto a su mamá, Patricia Roisinblit, que estaba embarazada. Unas horas más tarde la llevaron con su familia paterna. Ese mismo día también secuestraron a su papá, José Manuel Perez Rojo. Los dos militantes montoneros están desaparecidos. Hace casi dos décadas, Mariana pudo encontrar a su hermano que nació en la Esma. Se crió con abuelas que levantaron banderas, impulsaron búsquedas y reclamos, Mariana toda su vida estuvo atravesada por el “temita”, como le dice. Su vocabulario incluye definirse como la “esmóloga” más joven, reconocerse a veces como una militonta y referirse a su generación de padres desaparecidos como hijis.

En la segunda parte que amplía este volumen inicial, la princesa montonera se exilia a Berlín, “territorio liberado” donde su origen judío no es una amenaza. Allí la princesa montonera se calza el traje de la “chica científica”: licenciada en ciencia política realiza su doctorado en Literatura Romántica en la Universidad de Konstanz y decide tener “un chiquito berlinés”. La relación con la maternidad abre otras perspectivas para pensar el trauma, el dolor, la filiación. Mientras que en la tercera parte, “Mi pequeño Nürenberg” vuelve a Buenos Aires y con una escritura lúcida distanciada del plano emotivo narra el juicio por el secuestro y desaparición de sus padres, donde se presenta como querellante en un proceso que había iniciado a la distancia.

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– : Si bien la memoria reciente presenta un conjunto de principios irreductibles no se puede entender como categoría cerrada, siempre está sometida a su revisión y este libro con su humor, su impertinencia expone eso ¿Cómo crees que dialogaba este texto en 2012 y cómo lo hace ahora con el signo de época actual?
-Mariana Eva Perez:
No es casual que no haya podido terminar este libro durante el macrismo, durante esos años no había nada de lo cual reírse en este paisaje de la desaparición forzada que habitamos de modo más palpable algunos que activamos o trabajamos en este campo. Que este texto vuelva a salir bajo el signo de un gobierno kirchnerista me parece que es un producto kirchnerista aunque yo no lo sea.

“La princesa se define montonera, kirchnerista conflictuada… puede que esa sea mi identidad política, ni siquiera estoy segura. En algún sentido hay un gesto, risueño si se quiere, una risa grotesca, un chiste no logrado, un intento de reírse y algo que no funciona y termina en llanto, pero ni siquiera ese mínimo hecho de querer reírse estaba en el macrismo

Mariana Eva Pérez

En esos años estaba en el proyecto de escribir la segunda y tercera parte y me acuerdo de haberme quedado en blanco con la desaparición de Santiago Maldonado ¿qué chistes con desaparecidos podía contar? Cambiaron las circunstancias de publicación porque pasó esto en el medio, porque los juicios tan prometidos siguieron llevándose a cabo a cuentagotas, porque tampoco, veo yo, que hubiera una auténtica iniciativa para resolver problemas tales como la situación de los niños que siguen desaparecidos. O temas tabú de los que nadie quiere hablar porque son horribles, como las reparaciones económicas que han sido fuentes de un montón de injusticias, no solamente de nosotros, los parcialmente reconocidos como hijos, sino también entre los exiliados.

-T: En este país donde los derechos humanos consolidaron un piso de entendimiento, quienes padecieron experiencias traumáticas parecieran estar obligadas a una coherencia, una forma de vivir el dolor. Este libro expone y desacraliza esa idea ¿cómo entender estos mantos de pureza que imponen los dramas históricos, el trauma?
-M.E.V:
La figura de la “luchadora incansable” o “luchadora inclaudicable” son mandatos terribles. Primero, no es verdad, yo vivo muy cansada. Si algo me pasó con la escritura de este libro, con el juicio, con la maternidad, es que vivo cansada. De incansable no tengo nada. Y lo de inclaudicable ¡qué mandato! Pobres mujeres cuándo van a poder claudicar un poco, bueno no sé si claudicar pero me parece que ahí hay algo para el resto de la sociedad que es hacerse cargo de la parte que le toca. Al estar estas figuras inclaudicables, el resto lo que tiene que hacer es aplaudirlas. Me parece que es una forma de sacarse de encima la responsabilidad que le corresponde a toda la sociedad civil en lo que pasó. Pareciera que no se pueden revisar esas cosas: condenamos el macrismo, condenamos los 90, pero no se puede decir que hay cosas que se podrían haber hecho mejor durante los años del kirchnerismo.

Y por otro lado, no estoy segura del piso de entendimiento. Con Maldonado fue un cachetazo darme cuenta que quizá ese piso era más frágil de lo que pensábamos o quizá nada de lo conseguido era fijo y estable, este Nunca Más que nos gusta decirnos a nosotros mismos es un compromiso que tiene que ser cotidiano, constante. No es que un día llegaste lo alcanzaste, lo dijiste y se terminó.

-T: ¿Y con el dolor cómo se hace?
-M.E.P:
Yo no quiero vivirlo con heroismo, no quiero ser coherente, no quiero comprometerme a la entrega, no quiero nada de todo eso. No obstante, trabajo en estos temas hace muchos años. Con excepciones de pocos años ha sido el trabajo de toda mi vida. Reivindico para mí una forma de lidiar con esto que sea propia, particular, que no esté tan marcada por mandatos que vienen de afuera.

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-T: El libro está poblado de sueños, constituyen un género en sí mismo en donde la ficción parece disputarle a la memoria su condición de verdad ¿cómo los trabajaste?
-M.E.P:
Traté de contarlos de la manera más literal posible, sin añadir ni sacar nada. Son sueños reales, eso sí son 100 por ciento real, y los dejé porque me parecen que son el reverso de elaboraciones que la princesa montonera hace en la vigilia, elaboraciones intelectuales, poéticas, lúdicas. De pronto en los sueños aparece el miedo, el horror, las obsesiones. Soñar de esa manera y la escritura son procesos que se dieron juntos.

Yo no sigo soñando así, acepté que era un proceso onírico de cómo trabaja este libro y siento que hay algo como enigmático, secreto que no entiendo ni quiero entender.

Mariana Eva Pérez

-T: ¿Logró la escritura funcionar para liberar, dejarte “limpia” y “pura”, como decís en la primera parte del libro?
-M.E.V:
No sé si me dejo limpia y pura, al revés me dejó muchas cosas que no iban en este libro pero tengo ganas de contarlas, como escenas y personajes. De pronto pienso que quizá tengo un libro de cuentos por delante pero lo pienso con alegría, que esto va a decantar para algún lado con la certeza de que voy a seguir escribiendo. Si en la primera parte podría devenir escritora ya no me lo pregunto más, ahora estoy más afianzada.

Perez: “Lo difícil es cómo hacerle lugar a hablar del dolor sin generar un relato insoportable”
La escritura como modo para reconstruir, sanar, reparar o instalar cuestionamientos marcan la recurrente indagación de “Diario de una Princesa Montonera”, cuya ampliación en esta edición definitiva establece el cierre a una búsqueda literaria y personal que recupera distintas etapas y puntos de vista de la protagonista, desde la investigación académica o la residencia en otro país hasta la maternidad y el juicio por la desaparición de sus padres.

“Después cinco años de vivir en Alemania, vuelvo a la Argentina, principalmente a trabajar por el juicio de la desaparición de mis padres que había impulsado a la distancia. Ahí sentí que tenía algo nuevo para contar con esta voz de la princesa montonera”, dice la Mariana Eva Perez, que además de investigadora, escribió obras de teatro para el ciclo “Teatroxlaidentidad” y participa en diversos proyectos en el campo de los derechos humanos.

Fue en ese ida y vuelta con sus editores que supo que además del juicio debía narrar esa experiencia distanciada con su país de origen. “Me costó muchísimo encontrar qué podía ser interesante porque tenía miedo de contar en una clave snob y tilinga la vida en Europa”, confía. Pero precisamente en ese tramo del relato lo que se expone es el exilio y la maternidad, como un rol que le permitió dimensionar algunas experiencias propias y abrir otras perspectivas para pensar el trauma, el dolor y la filiación.

En la tercera parte, el libro se concentra en el proceso judicial por el secuestro y desaparición de sus padres José Manuel Pérez Rojo y Patricia Roisinblit el 6 de octubre de 1978, militantes de la organización Montoneros que fueron trasladados al centro clandestino de detención de la Regional de Inteligencia Buenos Aires (RIBA) de la Fuerza Aérea.

¿Qué significó ese juicio? “Me cambió de una manera enorme. No tengo muy pensado cómo pero hay como una suerte de tranquilidad, como haberme sacado un peso de encima. Y, de verdad, me gusta no ser los únicos que la pasamos mal por esta historia, me gusta saber que en algún lado ahora Luis Tomás Trillo (ex jefe de la RIBA), el único que queda vivo de los tres condenados, la está pasando mal. Yo la paso mal y él también la pasa mal. Pero él hasta el 2013 la pasó bárbaro porque no sabíamos ni su nombre, nunca había estado imputado ni escrachado y ahora la pasa mal. Eso fue una sorpresa, no pensé que iba a tener este costado un poquito revanchista”, sostiene.

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– : Otro elemento que en el libro se revela como transformador es cuando te convertís en madre ¿cómo intervino la maternidad para repensar tu identidad?

-Mariana Eva Perez: No había tenido bebés cerca, no tenía sobrinos cerca, no sabía lo que era un bebé de 15 meses que veía y que entendía. Haberlo transitado del lado de ser madre obviamente sí cambió y me conectó, con dolor pero también con la certeza, de que todo aquello que no recuerdo en mi convivencia con ellos existió: fue real, los conocí, hubo cariño. Nadie va a poder sacarme eso de adentro aunque no lo recuerde.

Por otro lado, es muy clave el momento en que la princesa montonera viaja a Buenos Aires coincidiendo con los 15 meses del hijo y tiene miedo de tener miedo y se encuentra con la amiga que se está muriendo, que es Marie, Maria Vázquez, la de la película ‘El cuaderno de Nippur’, y de pronto ve la historia desde su lado, desde la mamá que sabe que va a morir y no va a poder ver crecer a su hijo. Eso también fue una manera tremenda, dolorosa, que me permitió comprender un poco más por lo que deben haber pasado mi mamá y mi papá.

Lo difícil fue cómo hacerle lugar a hablar del dolor sin generar una cosa que haga que el que está del otro lado cierre los oídos porque el relato es insoportable. Yo conecté cosas dolorosas que me desafiaron todavía más a pensar cómo contarlas para que la segunda y tercera parte no se convirtieran en el Nunca Más personal, en una suerte de catálogo de cosas horribles una atrás de la otra.

-T: El pasado se presenta como constitutivo pero no determinante de ciertos dolores ¿interrogar al pasado es una tarea que nunca termina? ¿Cómo vinculás eso con tu trabajo como investigadora?

-M.E.P: Tampoco se trata de interrogar el pasado como hobby: el pasado vuelve. En Alemania, durante mi tesis de doctorado, me acerqué a un nuevo campo de estudios, que se conocen como los “estudios espectrales” a partir de Marx, Derrida, un campo extraño donde se cruzan filosofía, literatura sociología, diversas cosas. Y desde ese lugar aprendí algo muy sencillo que yo sentía con mi experiencia de trabajar el tema de la desaparición y es que los desaparecidos, por la característica espectral que tienen, porque fueron reducidos a la espectralidad, porque se convirtieron en presencias-ausencias que no están ni vivas ni muertas, su acción principal es volver, aparecerse. Entonces, no es que yo vuelvo al pasado porque me interesa sino que, más bien, es el pasado que vuelve a decir que las cosas no están resueltas, que hay 600 cuerpos en el equipo de antropología forense esperando a ser identificados, pero que la mayoría de los cuerpos no los encontraremos nunca.

Cuando vamos a un lugar de memoria, que antes fue un lugar de tensión y exterminio, las sensaciones que nos atraviesan no son subjetivas sino que tienen que ver con estas cualidades detrás de la desaparición que no fue ninguna casualidad sino que fue algo buscado, estaba en la intención y si te remitías a la entrevista de Videla, él explica con todas las letras “no está ni vivo ni muerto, está desaparecido”. Entonces, no es que yo me interrogo el pasado porque es un interés teórico sino porque es el pasado que no me deja tranquila, porque vuelve, porque hay pesadillas, miedo, porque afecta a mis hijos, a mis amigos, porque tengo amigos que pasaron por cosas similares y se enferman, se mueren o se suicidan. Este tema no está en paz porque no hicimos la justicia que tenemos que hacer todavía y no encontramos la verdad y por eso es un tema que nos sigue interpelando a toda la sociedad.

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